ILIM - INTRODUCCIÓN I

Prólogo
La Academia Asharim

Como todas las mañanas Ildoith despertó bañada en sudor y con la misma sensación de confusión y terror que la acompañaba desde que cumplió 16 años. Una de cada tres veces tenía pesadillas, pero estas no eran pesadillas que podrían deberse a una indigestión, eran pesadillas vividas, recurrentes, correlativas.
En la pesadilla anterior, Ildoith se encontraba en una aldea en algún lugar desconocido llamada Eisjanh, había llegado como aventurera debido a que el pueblo estaba siendo lentamente asesinado por un grupo de nigromantes de un culto el cual no recordaba su nombre, ¿Quien recuerda los detalles de una pesadilla al despertar?, en esa oportunidad, despertó al ser herida con una flecha.
Esta vez, la pesadilla la llevó a las afueras de Eisjanh, estaba prendida fuego y con su población muerta, una figura humanoide con una armadura negra con decoraciones doradas y una capa con capucha violeta con decoraciones en negro, el líder del culto, junto con sus secuaces se interponen en su camino, su respiración era agitada y sentía el dolor de la flecha todavía en su vientre. Con un movimiento sereno, el líder la señaló -No tienes la fuerza para derrotarme, y no la tendrás nunca- su voz era ronca y distorsionada. Ildoith cayó al suelo vencida por el dolor, sintió el metal de una daga en su cuello, y ahí despertó.

Tardó unos minutos en quitarse la sensación de muerte inminente y el malestar psicológico que esto le causaba, se sirvió una copa de agua de una jarra de madera y lo bebió de un trago, y luego otro, se destapó, se puso su calzado y se incorporó. Miró por la ventana, el sol comenzaba ya a aparecer en el horizonte, se podía ver una pequeña pátina de hielo sobre el vidrio, debían ser las cinco de la mañana, a esta hora la mayoría de los profesores y alumnos también comenzaban a despertar, su hora de servicio estaba cerca. Desde que fue una bebé medio-elfo, Ildoith vivió en la ciudadela-castillo de Anglestom al cuidado de la academia Asharim, una institución dedicada al estudio arcano y místico y su aplicación a la ciencia moderna, desde niña se encargó de la limpieza de los salones, luego sirvió en la cocina y luego se convirtió en asistente de quien sea que la requiera.  Hoy, el quinto día de la semana, el maestro escriba Doranti requería sus ojos élficos para la reescritura de textos antiguos y dañados.
La academia contaba en su personal fijo de personas pudorosas, inadaptadas y de avanzada edad que convertía la hora del baño en una tortura para ellas el tener que bañarse en una zona compartida, además el invierno, si bien no era nevado, el frío se hacía sentir hasta los huesos, por eso, se reestructuró los aposentos del personal fijo para tener su propio cuarto de aseo personal. Fue una obra de ingeniería titánica, de mucho esfuerzo, durante seis meses la cuadrilla de masonería de enanos de Rostrok Anvilhand invadió el castillo con su presencia ruidosa, derrumbaron paredes de piedra gruesa capaces de detener el avance de tropas numerosas para dar paso al sistema de cañerías y reestructuraron el viejo calabozo de prisioneros de guerra para hacer lugar a la caldera que proveería agua caliente a cada cuarto, por las noches bebían, cantaban fuerte y perseguían sin importar el sexo a quienes bajo sus ojos ebrios consideraban atractivos.
Ildoith comenzó a llenar la tina utilizando una bomba colocada al lado de la misma, la cual desembocaba en ella, llenándola de agua caliente, luego de unos minutos, estaba llena y el cuarto de aseo estaba envuelto en una bruma de vapor, se quitó la ropa y se metió, ya tenía preparado en un pequeño banco a la mano los productos que iba a utilizar, pasó por su cuerpo un jabón con fragancia a bayas silvestres importado de la región de Rashamán mientras se preguntaba qué habría sido del hijo de Rostrok, Durgan, era simpático y con modales más refinados que sus pares, todavía conservaba la libreta de piel de buey que le había regalado, junto con una pluma de gaviota de Klem, la cual había perdido. La crema para el cabello era uno de los productos más modernos, por lo tanto más caro que tenía, fue la invención de un experto regente de baños públicos de la región de Hanaio,  hervía diferentes tipos de hojas de arbustos y el fruto de un árbol bajo llamado Phylla,  se sentía orgullosa de poseerlo, pocas personas en la ciudadela podían costearlo. Se puso un poco en el cabello y masajeó la zona capilar, inmediatamente una frescura empezó a meterse entre los poros, daba la sensación de que habías enterrado la parte superior de tu cabeza en la nieve, el pelo se manejaba fácilmente y le quitaba la opacidad, bendito sea ese extraño que logró que su pelo no fuera una vergüenza. Salió de la tina, secó su cuerpo y cabello con una toalla de algodón de primera calidad, untó sus brazos, piernas y cara con un aceite de rosas y amapolas para darle más brillo, peinó su cabello largo, notó que el tinte estaba perdiendo fuerza y sus canas empezaban a aparecer en el cuero cabelludo, iba a tener que pedir más, anotó mentalmente que más tarde debía verificar cuánto quedaba de todos sus productos de aseo y mantenimiento personal.
Abrió su ropero, hoy se sentía con ganas de usar su camisa de tela fina blanca y sus pantalones de cuero teñidos de rojo vino, todavía conservaban el olor a taninos, lo combinaría con su capa con capucha del mismo color de sus pantalones y botas color caqui con acolchado blanco de piel de oso polar. Su temperatura corporal ya estaba volviendo a la normalidad y comenzaba a sentir el frío del ambiente de nuevo, tomó el conjunto de ropa elegido, la colocó en un aparador cercano al espejo de cuerpo completo que habían instalado en una de las paredes  y comenzó a vestirse. Acomodó su camisa, notó que los cordeles iban a necesitar recambio, se estaban empezando a desgastar, ajustó sus pantalones, había bajado de peso, por lo tanto tenía que tirar un poco más para que le quedaran ajustados, se puso las botas, sintió el calor volver a sus pies. Paró un momento para contemplar el estado de su atuendo, dió una vuelta completa sobre sí misma, el conjunto se veía bien, pero el cuero de sus pantalones y la camisa no iban a ser suficientes en esta estación del año, pese a los regaños de Barbnibh por gastar demasiado de su dinero en -artículos de vanidad- había pagado extra junto con las botas para que el peletero le fabrique un chaleco con los remanentes de la piel de oso, no cubría la parte superior entera y no tenía mangas, cubría su pecho pero dejando lugar para el escote, en su opinión, con bastante estilo, así que también se vistió con él. El toque final, su capa con capucha rojo vino, era una buena capa, hecha a medida, cubría sus hombros y espalda pasando la cintura, pero sin entorpecer los movimientos ni con riesgos de enredarse o quedar atorada en ningún lugar, frente al espejo probó distintos arreglos para su cabello, finalmente concluyó que el pelo atado por detrás con dos mechones largos cayendo por los costados de su rostro, enmarcando sus ojos verdes y su piel morena detrás de las sombras de la capucha, terminaban de enmarcar un atuendo digno para caminar por los pasillos de la academia y sonrió, complacida de su apariencia, dió un rápido vistazo al estuche de cuero negro que contenía su laúd, coronado con su sombrero rojo vino y plumas blancas como espuma de mar, unas horas más tarde estaría realizando su espectáculo en la taberna,su fuente de ingreso para poder mantener sus gustos caros e importados.

El sol ya estaba colándose por su ventana, se había tomado más tiempo del que debía, dió un último vistazo a su habitación e hizo un último inventario a los brillos faciales y delineadores de ojos, todavía tenía, apurando el paso, abrió la puerta de su habitación, tenía que llegar a la sala de escribas lo más rápido posible antes que Doranti la sermonee, de nuevo, pero algo la iba a retener unos segundos más, Maegus Gaik intercepta su paso como si una estatua se tratase.  Superando en cuatro cabezas su altura, con una complexión corporal fornida, y con unos rasgos faciales duros pero a la vez delicados y una cabellera colorada, Maegus Gaik, el bastardo semigigante de la familia Haisik, con una excepcional aptitud para las artes marciales y la forja, una disciplina de hierro y asistencia perfecta, pero hosco para la conversación trivial y políticamente correcta contrastaba ante el cuerpo frágil y de estatura menor del promedio de ella.
Ildoith levantó la cabeza para mirarlo a la cara, y él la bajó, sus ojos se encontraron, ambos sonreían levemente al verse, él hubiera querido levantarla y abrazarla, pero debían mantener una apariencia calma y serena ante el alumnado y los profesores, hasta que el sol se ponga en el horizonte, -¿Llegando tarde de nuevo, eh?- dijo Maegus con su característica voz grave y calma -Doranti va a enojarse-, Ildoith le guiñó un ojo, le hizo un gesto para que no dijera nada y cerró la puerta con llave -¿Va a regañarme escudero Gaik?- le preguntó en tono burlón. Maegus negó con la cabeza -No, pero mejor te apuras, el decano Barbnibh nos llamó-, Ildoith venció sus hombros y su cara demostraba hastío -¿Hoy? ¿Que quiere de nosotros? Espero que sea rápido-, Maegus volvió a negar -No lo se, pero mejor llega a tiempo, adiós.- sacó de su bolso de cuero un pan horneado, todavía tibio envuelto en una tela y se lo dió -Para ti, ya que no irás al salón comedor, ahora ve-, Ildoith tomó la hogaza y la olió, pan con ajo, su preferido, asintió solo con una sonrisa -Adiós-, luego siguió su camino hacia la sala de escribas.

La puerta de la sala de escribas todavía estaba cerrada con llave, no había sido la única que se había tomado su tiempo el último día de las jornadas semanales. Había que hacer tiempo, así que sacó de su bolso, una réplica exacta del que llevaba Maegus, su libreta de anotaciones, contenía desde partituras y versos en prosa hasta las recapitulaciones de sus pesadillas, luego una pluma y un tintero, se acomodó en la ventana más cercana donde podía apoyar su libreta y anotó la pesadilla que había tenido la noche anterior. Mientras la tinta se secaba, observó el paisaje, un gran terreno verde coronado con una cadena montañosa en el horizonte con sus picos nevados, agradeció que si bien estaban en una estación fría, la nieve no los tapaba. Siguió con la mirada el sendero trazado y las caravanas yendo y viniendo en ambos sentidos, la compañía minera de Anglestom cambiaba su turno cuatro veces al día para resguardar el mineral obtenido en los yacimientos en la zona montañosa, por alguna razón, hasta el momento, habían dado con vetas de siete tipos de minerales diferentes, desde los más comunes como hierro hasta vetas de rúdico, muy buscado por armeros y la división de desarrollo de vehículos de combate por su resistencia a los impactos fuertes y aislante natural de energía mágica. Sacó de su bolso un pedazo de tela blanca con un bordado de tela roja y negra que formaba la figura de un lobo y una espada, era el escudo de la ya extinta Compañía Lupenblade, donde, según le habían comentado, su padre fue parte, y entre sus tareas una de ellas era proteger las caravanas mineras de quien sea que estuviera dispuesto a pagar. Se preguntó si su padre estaba allí afuera protegiendo las caravanas y ella no tenía oportunidad de verlo o si siquiera estaba vivo. Estaba tan metida en sus pensamientos que no oyó los estrepitosos pasos del maese Doranti en el pasillo hasta que sintió un ruido de pequeñas piezas de metal cayendo al suelo -¡Pero maldición! Pequeña, ayudame por favor-, Ildoith volvió a tomar conciencia de sus alrededores y miró hacia donde venía la voz, vió a Doranti señalar el manojo de llaves en el suelo, apuró su paso para ayudarlo a levantarlas y se las entregó en sus manos temblorosas -Gracias hija, es la espalda, no es tan flexible como antes- le dijo con su voz carrasposa y le sonrió, causando que todas sus arrugas se marquen y se encimen una encima de otras -Ya puedes pasar si quieres, y me ayudas con las velas, ¿Si?-, Ildoith asintió, pero antes volvió a la ventana para buscar sus pertenencias, mientras las guardaba detenidamente volvió a dar un vistazo por la ventana, y luego entró a la sala de escribas.

Lento por la edad, pero no por eso, menos diligente, Doranti ya se encontraba encendiendo las velas en los atriles, llevaba algunas nuevas en su mano izquierda en caso de que hubiera que cambiarlas -Encargate de las luces del candelabro por favor, y enciende unos leños, nos vamos a morir congelados aquí dentro-, Ildoith subió las escaleras y comenzó a prender las veinte velas, por suerte todavía estaban en condiciones, así que utilizaba un mechero largo, invención de uno de los alumnos de la clase de forja, era un invento simple, un cilindro de metal de menos un centímetro de circunferencia y  diez centímetros de largo, el cual se colocaba en la boca de un recipiente mágico con un botón diseñado para abrir la tapa, de costado, el cual se vuelve a rellenar día a día con una sustancia que al tomar contacto con el ambiente forma una pequeña bola de fuego no más grande que una habichuela, la cual se disipa al impactar con un objeto sólido, su capacidad de flamabilidad está controlada para que solo los pabilos de las velas reaccionen a ellos, utilizarlo contra otros objetos o seres vivos no causará nada más que un pinchazo. Una versión militarizada de este invento fue puesta en práctica no hace mucho tiempo, lo que le otorgó fama y una gran suma de dinero, pero también infelicidad, pues no quería que su invento se use para propagar muerte.
Habiendo terminado con el candelabro, colocó los últimos leños cortados que había apilados al lado de la chimenea, eran pocos, y los encendió -Nos quedamos sin leños, esperemos que aguante el día de hoy- dijo Ildoith en voz alta para que Doranti lo escuchara, luego iba a tener que pedirle a Maegus que consiguiera algunos más, -Estás pensando en él, ¿verdad?- dijo Doranti quien estaba detrás de ella, Ildoith se sobresaltó y dio un pequeño salto, y lo miró confundida, Doranti lanzó una tenue risa -Hija mía, tengo ya suficiente edad para saber lo que piensan ustedes los jóvenes. Si eso no les impide traer más leña, hagan lo que quieran- sus palabras no eran de regaño, si él se daba cuenta, seguramente otros también lo harían, pero no podía precisar quienes, se sintió frustrada, pensó que estaban haciendo un buen trabajo manteniéndolo en secreto, pero también recordó que ambos mantenían muchas conversaciones en público, se los veía casi siempre juntos, y un aura de tensión los rodeaba. Doranti sonó la pequeña campanilla que tenía en el atril, sacando a Ildoith de una serie de pensamientos paranoicos -No lo pienses mucho, cada uno busca su bienestar como puede, incluso si es en los brazos de otro. Pasando a otro orden de prioridades, supongo que ya te han dicho que hoy debes ir a ver al decano Barbnibh-, Ildoith asintió -¿Tienes idea de por qué? Ya tenía planes-, Doranti negó con la cabeza -El decano no ha revelado nada a los tutores y profesores, dice ser que es una buena oportunidad para la academia, para ti y para Maegus, pero aun así se rehúsa a decirnos, mi único consejo es que uses tu capacidad para leer a la gente, y que el corazón no nuble la razón-, Ildoith suspiró y se cruzó de brazos pensativa, pasó su mirada por toda la habitación mientras las palabras de Doranti se asentaban -Siendo sincera contigo, no estoy tranquila, a veces siento que para él, somos una carga, una mancha en este lugar-, Doranti inspiró profundamente y luego exhaló lentamente, su rostro reflejaba aflicción -Me duele decir que el decano no es amante de los mestizos, pero vamos, la academia Asharim se erigió bajo el principio de aceptar a cualquiera con la capacidad y ganas de instruirse y luego usar esa instrucción para retribuir a la misma y hacer del mundo un mejor lugar, no es justo que yo lo diga, pero es un viejo quedado en el tiempo-, posó su mirada sobre uno de los libreros en la pared y se acercó lentamente a él, pasó sus dedos por la contratapa de uno de los libros, era de tapa de piel de lagarto con grabados de plata -Treinta años han pasado y no ha aprendido nada-, el cuarto quedó en silencio, solo las pequeñas chispas de la braza del hogar a leña se escuchaban, ambos miraban al suelo, pensativos, el tenue sollozo de Doranti enfrente del librero cortó el silencio, Ildoith se sentía incómoda, no era buena para consolar a alguien triste -Lo siento, no quería que te pusieras triste- dijo en voz baja.
Doranti se recompuso, carraspeó, secó sus lágrimas y volvió a dar una inspiración profunda -El pasado es el pasado, la tarea de los que aún vivimos es evitarle a ti y a todos el precio que tuvimos que pagar-, ya había pasado una hora, y ningún escriba ni estudiante había entrado, -¿Acaso se han ido de juerga? Y yo con tantas ganas de terminar con los pergaminos del estante superior. Bueno, ni modo, vamos a hacer hasta donde podamos, hoy puedes irte media hora antes, voy a pedirle al maestro forjador que termine rápido con Maegus así puede venir a buscarte luego, de paso dejo el recado de los leños, agarra algunos de la estantería superior, de los que dejaste ayer-, Ildoith asintió, Doranti lentamente salió de la sala, el silencio volvía a invadir el cuarto, así que se puso a trabajar, solo ella y sus pensamientos.

Tres horas y media habían pasado, el tedio de Ildoith crecía al correr de las horas, el chispeo de la leña, la fricción de las hojas de papiro y el trazo de la pluma y el chirriar del sillón de madera, junto con algún esporádico ronquido de Doranti fue su compañía, de vez en cuando tarareaba algo por lo bajo pero tampoco quería despertarlo. Dejó la pluma en el tintero y estiró su cuerpo, se dió cuenta que estaba entumecido por la posición, así que empezó a moverse para recuperar la circulación.
Dos golpes espaciados en la puerta -¿Hola?- dijo la voz detrás de la puerta, Ildoith la reconoció al instante, se acercó lentamente a la puerta y la abrió despacio, intentando que chirriara poco y sacó la cabeza por el hueco -Bueno, llegaste por fin, sacame de esta fábrica de bostezos-, Doranti seguía durmiendo, Maegus asomó la cabeza por la puerta y lo vió -Despiertalo, va a enfermarse-, Ildoith asintió y se acercaba lentamente a él, mientras llamaba a Maegus para que entrara, lo movió un poco del hombro -Despierta, ya es la hora-, Doranti se sobresaltó -¿Mafien?, ah, no, no perdón, ah, ya está aquí tu noviecito-, paró un momento para bostezar, Maegus miró a Ildoith fija, pidiendo explicación, ella hizo un gesto para restarle importancia, -No hagan esperar al decano, vamos, salgamos juntos, dejen las velas y el hogar consumiéndose, deja la pluma en el tintero, los holgazanes que no han venido hoy van a tener el doble de trabajo luego, ya verán- se levantó de su sillón, Ildoith tomó sus pertenencias y los tres salieron de la habitación, Doranti cerró la puerta con llave, los miró a los dos y dijo -Suerte no necesitan, pero, sean sabios-, luego se dió media vuelta y se fué.
Ildoith y Maegus lo siguieron con la mirada hasta que lo perdieron de vista. -Tengo hambre, espero que la cocina esté abierta- dijo Ildoith frotándose la panza. -Hay tiempo, ahora, explica por qué Doranti me llamó así-, Ildoith se encogió de hombros, recordó que todavía tenía el pan de ajo, lo sacó y comió un bocado, Maegus no le sacaba la mirada de encima -Ten, come algo-, trató de darle un poco de su comida pero él la rechazó con un gesto suave, pero siguió mirándola, perdiendo la paciencia de la situación, terminó de masticar y con la boca ya libre le contestó -Él sabe que nosotros tenemos una relación muy cercana, pero en su defensa, lo hicimos demasiado obvio, nada que podamos hacer-, Maegus asintió, su expresión era serena y de alivio -Seguro por eso nos llama el decano-, Ildoith negó -Iba a preguntarte si Dolf comentó algo del motivo del llamado, pero veo que no sabes. Dudo que hayas preguntado-, Maegus negó, -Lo suponía, de todos modos, vayamos a comer algo, espero que haya algo de carne con patatas-, Maegus asintió, sumándose a su deseo y ambos se fueron caminando a la par.

Para suerte de ambos, sirvieron una buena porción de carne de vaca, con papas en salsa de crema y los jugos de la carne, sazonado con hierbas y hongos. Hubieran deseado echarse un rato y descansar luego, ambos compartían una pipa con tabaco mentolado en uno de las tantas terrazas de la academia, su descanso se vió interrumpido, el decano ya había enviado a su asistente a buscarlos. -Que buena vida llevan aquí, eh- dijo el asistente del decano, Ohurrat, con un tono condescendiente desde la puerta de entrada, Ildoith buscó sus ojos y clavó su mirada, si había algo que detestaba era que le hablaran como si fuera menos, y no iba a dejar que este niñato, solo por ser el lameculos del decano le hablara de esa manera, ni a Maegus, -Otra vez de recadero por lo que se ve. Ya estamos por ir- le dió la espalda y volvió a dar una bocanada a la pipa, Ohurrat no se movió de su lugar, fijo como una estatua -Él quiere verlos, ahora-, Ildoith se dió vuelta, y apoyó su espalda en las barandas de seguridad, y le dió una mirada de arriba a abajo, seguía siendo el mismo flacucho pálido y de cabello negro cortado sin ningún tipo de gusto, siempre cargando sus aparatosos anteojos y usando la "túnica de asistente" como si fuera la gran cosa, era el tipo de gente que despreciaba fervientemente, era un idiota funcional, un sectario sin ningún logro propio. Maegus observó que la cara de Ildoith ya empezaba a demostrar su enojo, suavemente le puso la mano en el hombro, tomó la pipa y tiró su contenido al vacío, con una sonrisa falsa se dirigió a Ohurrat -Guíanos-, el asistente intentó comenzar una frase -Pero no hables-, Maegus lo interrumpió, y le hizo un gesto con la cabeza para que empezara a caminar. Miró a Ildoith y se arrodilló para estar casi a su altura y con la voz más calma que podía poner frotó su espalda y le dijo -Calma. No todos son tú-, Ildoith revoleó sus ojos en disgusto, -El problema no es que no sea como yo, es que tampoco es él, es un títere-, Maegus asintió -Yo lo sé. Pero no puedes solucionarlo-, Ildoith se encogió de hombros -Tienes razón, hay personas que deciden por sí mismas que otros decidan por él-, Maegus asintió y palmeó su espalda -Por eso a tí, te hacen leer libros, eres inteligente, vamos-, soltó una pequeña carcajada y ella se contagió de su risa, ambos caminaron detrás de Ohurrat hasta la oficina del decano.

El tamaño de la oficina del decano era pequeña, incluso las habitaciones de Ildoith y Maegus eran más grandes, no tenía gran amoblamiento, solo un viejo escritorio bastante derruido y un sillón con el tapizado roto, no colgaban cuadros ni cortinas y los pocos libros que tenía estaban en uno de los cajones del mismo escritorio, es una habitación fiel al estilo de su propietario, austera.
Con la seriedad que lo caracterizaba, y su ropa vieja y desgastada, Barbnibh los esperaba sentado en su sillón con las manos entrecruzadas encima del escritorio, mirando a la puerta fijamente, esperando a que ambos entraran, cuando lo hicieron, esperó que se acercaran, inmóvil, solo siguiendolos con la mirada, el último en entrar fue Ohurrat, el decano le hizo un gesto con la mano para que se fuera, y cumplió la orden, aun siendo contemporáneo a Doranti, se lo veía más avejentado y con un rostro serio y amargado.
-Hemos venido por…- comenzó a hablar Maegus, -Silencio- lo interrumpió Barbnibh, su voz débil se resquebrajaba en cada sílaba -La existencia de Asharim durante estos últimos treinta años se lo debemos a varios benefactores, para los cuales, ustedes trabajan en el anonimato, bueno, hoy van a conocer a uno de ellos-, tomó aire y carraspeó, se le había secado la garganta, abrió su cajón y sacó una campanilla y la hizo sonar, luego la volvió a guardar, -¿Benefactores? ¿De quien…?- intentó preguntar Ildoith, -Silencio- volvió a interrumpir el decano.
Se sintieron dos pares de pisadas, una de ellas pesadas y metálicas, detrás de la puerta, luego la puerta se entreabrió, la cabeza de Ohurrat apareció -Decano, ya está aquí. ¿La hago pasar?-, Barbnibh hizo un gesto de aprobación.

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